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Fenómenos de la naturaleza

Análisis del discurso presidencial de lunes 3 de setiembre

Por Sebastian Ackerman

I.
No vamos a recordar el debate de candidatos a presidente antes de la segunda vuelta de noviembre de 2015. Reconocemos su valor testimonial, pero también sabemos que en aquel entonces aquellas eran promesas de campaña, y bien sabemos que hoy ningún candidatx a cualquier cargo ejecutivo cumple todas las promesas que realiza (e, incluso, trata de no decir cosas muy concretas). Sí vamos a recuperar los datos de la Ley de presupuesto 2018, presentada por el gobierno y aprobada en el Congreso en diciembre del año pasado: crecimiento del PBI del 3.5%, inflación del 15.7%, valor promedio del dólar de $19.30, expansión del consumo privado del 3.3% y una ratio de deuda pública con el sector privado y organismos internacionales del 38%. Son números que la actual gestión nacional esperaba para este año, y que dependía de las políticas que llevaran adelante con todas las herramientas que tiene disponibles desde el Estado nacional y varios provinciales.
Recién comenzando setiembre se calcula una caída del PBI de entre 2.5 y 3%, una inflación que se calcula por arriba del 40% y sin techo, un dólar a casi 40 pesos (y tal vez superando esa marca hoy mismo), caída del consumo privado y un crecimiento de deuda externa tras la vuelta a los préstamos del Fondo Monetario Internacional, al que además se le pide que adelante los préstamos que tenía pautados hasta el 2020 a cambio de intensificar el ajuste sobre los números de la economía argentina, lo que sin lugar a dudas profundizará la crisis que estamos atravesando.
II.
El lunes 3 de setiembre el presidente Mauricio Macri grabó un mensaje en el que explicó que la actual crisis que atravesamos (y que, según él, llega después de dos años y cinco meses de crecimiento) es consecuencia de la devaluación turca, el aumento de la tasa de interés en Estados Unidos, Venezuela (?), la sequía, la pesada herencia y las fotocopias de los supuestos cuadernos del chofer Centeno. La única autocrítica que hizo fue, nuevamente, cuestionarse un “exceso de optimismo”, obviando que los desequilibrios fiscales a los que considera el corazón de los problemas de nuestro país son en gran parte consecuencia de la eliminación de los impuestos a las agroexportaciones, la explotación minera, los bienes personales, los consumos de alta gama, la eliminación de cualquier control sobre la compraventa de moneda extranjera o para el ingreso y egreso de los llamados “capitales golondrina” (capitales especulativos) y el festival de emisión de deuda con las Lebac a la cabeza, o la fijación de la tasa de interés en el 60% por parte del Banco Central haciendo imposible cualquier tipo de inversión productiva, entre otras medidas de gobierno. Y que endeudarse en dólares para cubrir gastos en pesos no pasa ningún examen de economía.
Sin embargo, en su discurso Macri presentó a la crisis que atraviesa Argentina como el producto de la naturaleza, como si la economía fuera una disciplina exacta, objetiva, neutral, puramente técnica. El resultado de hechos incontrolables: si llueve, el piso se moja. Y en esa lógica con cada una de las excusas que puso por estos últimos “cinco meses” (¿no hay devaluación, aumento del desempleo, caída del consumo, aumento de la deuda externa, achicamiento del estado, aumento del la concentración de los oligopolios económicos y desfinanciamiento del sistema educativo desde el 10 de diciembre de 2015?). Es el proceso por el cual la ideología dominante intenta naturalizar un producto histórico: la inevitabilidad de una crisis generada por las políticas llevadas adelante desde su asunción hace casi tres años.
III.
De esta manera, se exculpa de cualquier responsabilidad porque además, según el presidente, le toca gobernar bajo fenómenos de la naturaleza (las famosas “tormentas”) con una sociedad inmadura, que en su inmadurez quiere vivir por encima de sus posibilidades. Con gesto paternalista, ubicado en el lugar del saber, nos dice que la crisis en parte también es culpa nuestra, por nuestra inmadurez. La naturaleza y el infantilismo, los dos responsables de la crisis. De sus palabras se desprende que no hay responsabilidad en la máxima autoridad política del país. Nuestro deseo de vivir bien no era tan problemático mientras no hubiera tormentas (la imprevisibilidad de la naturaleza…) pero ahora que diluvia todo es un caos y alguien tiene que ponernos en nuestro lugar.
Dice que sufre, él, cuando aumenta la pobreza, los que tienen trabajo temen perderlo o no les alcanza lo que ganan, las boletas de los servicios públicos generan terror, los que tienen que pagar remedios o ayudar a sus padres a comprarlos porque ya no son gratuitos, aumentan los alimentos, los combustibles, las prepagas o se forman filas interminables en los hospitales públicos en las frías madrugadas de invierno para conseguir un turno. Que entiende las dificultades aunque nunca le haya tocado vivir ninguna. Y que estos “cinco meses” (otra vez…) fueron los que peor la pasó desde su secuestro hace casi treinta años. Con resoplidos evidentemente ensayados y mal ejecutados busca una empatía en el sufrimiento que cuesta construir desde el lugar de poder porque esa distancia es un abismo cuando el proceso identificatorio es de arriba hacia abajo: la impostura queda en evidencia. Macri no sufre por los que no llegan a fin de mes ni comparte su dolor. Lo desconoce. No lo comprende. Su éxito electoral se basó más en un odio construido hacia otros (y principalmente hacia otra) y, de la mano, una identificación de abajo hacia arriba entre sectores de clase media y aceptemos que también desde los sectores populares, respecto de su
“éxito”, medido en el grosor de su billetera (o listado de cuentas en el exterior sin declarar, una especie de “viveza criolla” aspiracional).
IV.
¿Para qué hizo este spot? Con cara de pesar, continuó con la campaña permanente: aseguró que venimos de un infierno de corrupción que, misteriosamente, trae consecuencias casi tres años después de haber terminado; que atravesamos una crisis de la que él no tiene nada que ver; pero que el futuro es siempre venturoso para los que se sacrifican porque lo que es con esfuerzo vale más. En su alocución de pastor evangélico volvió a prometer un más allá venturoso deshistorizando su encadenamiento de “brotes verdes” (luego del pago a los fondos buitre, cuando llegue el segundo semestre, luego de la aprobación del presupuesto nacional, luego de ganar las elecciones de medio término, luego del acuerdo con el FMI) para cuando pase la tormenta. Ninguna propuesta concreta, ningún logro para mostrar esperanzadoramente, solo promesas de bienaventuranza para un futuro asintótico, que se niega (¡culpa del futuro!) en llegar.
Pero además promete la felicidad en un más allá que él ya habita, mientras que nosotros miramos de este lado: pide sacrificios, comprensión, apoyo, busca empatizar pero nunca comparte el terreno. Siempre enuncia desde la primera persona del singular, nunca es parte de un colectivo social. Asegura saber que la sociedad (o su mayoría, por lo menos) sufre, está angustiada, pero él nos espera del otro lado porque para los elegidos las aguas del Mar Rojo ya fueron abiertas. Siempre “yo”, nunca “nosotros”. Y ejemplifica ese sufrimiento con su secuestro: sabe de sufrimientos porque a él lo secuestraron ¿Se puede secuestrar a una sociedad?
V.
Y llegamos finalmente al punto que nos atañe de manera directa: el sistema universitario nacional. Un modelo en América latina de inclusión educativa y motor del ascenso social, del que este año cumple el centenario de la reforma del cogobierno de las universidades representada por la gesta de Córdoba en 1918, que en 1949 tuvo su declaración de gratuidad y en 1984 la posibilidad de ingreso irrestricto. Y que desde la asunción de Macri viene siendo atacado por el gobierno nacional a través de ajustes presupuestarios y bastardeos mediáticos. Hace poco y en relación a la discusión paritaria de este año, el actual diputado y ex secretario de Políticas Universitarias Albor Cantard aseguró que “sobran docentes universitarios”, señalando cuál es el lugar que este gobierno quiere darle a las universidades públicas y sus trabajadores y a la educación universitaria como derecho de los pueblos. Pero aquí el punto es otro. El presidente en su discurso (grabado) preguntó si nosotros creíamos que él no quería pagarnos lo que reclamamos como un salario justo. Lo preguntó. Ni siquiera lo dijo. ¿Alguien tiene esa duda? Por supuesto. Pero ni siquiera se hizo cargo de ello: invirtió la responsabilidad. Es culpa nuestra (¿será por nuestra inmadurez como sociedad?) si dudamos de que Macri quiera pagar salarios justos a los docentes.
Lo que no dijo es que la plata que no invierte en salarios (docentes, trabajadores del Estado, de programas sociales, obra pública, aumentos de jubilaciones, moratorias y tantas cosas más) es la que está financiando y garantizando la ganancia extraordinaria y exorbitante del sistema financiero y el festival de bonos y deuda externa (con los prestamistas privados y con el FMI) y del sector agroexportador. Los intereses de la deuda son cinco veces mayores a las transferencias a universidades: por cada peso al sistema universitario se van 5 de intereses. Es un privilegio de clase que los distintos sectores del poder concentrado no están dispuestos a resignar. Total, ellos pagan por sus títulos en escuelas y universidades privadas.