ActualidadSOMOS FEDUBA

La pedagogía del horror: crueldad y narcotráfico

adelqui del do

Compartimos el artículo de nuestro compañero Adelqui Del Do, que analiza cómo el narcotráfico, inspirado en métodos totalitarios, ha desarrollado una pedagogía sistemática de la crueldad, formando sicarios a través del desmantelamiento de la empatía y la deshumanización.

«Alguien que se sorprende permanentemente de que exista la depravación, que continúa sintiéndose desilusionado (e incluso incrédulo) cuando se enfrenta a la evidencia de lo que los humanos son capaces de infligir en forma de crueldades espantosas y directas sobre otros humanos, no ha alcanzado la adultez moral o psicológica». Susang Sontang

Una de las preguntas más incómodas, pero central de nuestra época, es sobre la crueldad. Nadie nace cruel, no es un impulso primitivo ni espontáneo. Por el contrario, la crueldad no se aprende de un día para el otro; lleva tiempo adquirirla, y no todos lo logran. Es un oficio que se perfecciona, una técnica del poder que, como plantearía Foucault, se ejerce sobre los cuerpos para extraer de ellos no solo sumisión, sino una nueva y terrible forma de ser. El narcotráfico, ese Leviatán oscuro y transnacional, ha devenido en el maestro más eficaz de esta pedagogía siniestra. Lugares como “La Escuelita” en México no es un mero antro del crimen; es un laboratorio donde se experimenta con los límites de la condición humana.

La zona, que está controlada por el Cartel Jalisco Nueva Generación, habría sido utilizada para reclutar y entrenar de manera forzada a jóvenes que se sumarían a su banda criminal. En el lugar se encontraron tres hornos crematorios, 400 prendas de vestir, decenas de casquillos de bala y cartas escritas por personas que estuvieron cautivas. Un método de exterminio y ocultación de cuerpos nunca antes visto en México.

En ese lugar al que llamaban “La Escuelita”, porque se “entrenaban” a los próximos sicarios, muchos reclutados con falsas promesas laborales.  Enseñaban sobre manejo de armas, técnicas de combate y fabricación de explosivos, pero también desmembrar y desaparecer seres humanos. Todo en condiciones inhumanas.

En este espacio, el objetivo último no es simplemente matar, sino desmantelar metódicamente toda huella de humanidad. Se enseña a desmembrar, a desaparecer, pero, sobre todo, se enseña a des-conmoverse. El testimonio es estremecedor: “Si te mandan… a torturar a tu compañero, lo tienes que hacer”. Aquí opera lo que Rita Segato identifica como una “pedagogía de la crueldad”: un conjunto de prácticas destinadas a destruir la empatía, el último bastión de lo común. La crueldad se convierte en un lenguaje, en un vínculo perverso que une al victimario con su víctima y con sus pares, un vínculo forjado en la traición y el dolor. El mandato ya no es el del guerrero, sino el del verdugo que ejecuta órdenes sin cuestionar.

Freud, en su oscuro diagnóstico de la cultura, nos recordó que el malestar es inherente a la vida en comunidad, pero lo que aquí presenciamos es la implosión de todo lazo comunitario. La máquina de deshumanización busca crear individuos a los que se les ha expropiado su voluntad, su compasión, su propio cuerpo. El recluta es reducido a pura carne disponible, tanto en su sufrimiento como en su capacidad de infligirlo. La prueba final, el consumo de carne humana, es el rito de pasaje definitivo: la incorporación literal del horror, la aniquilación simbólica de lo humano a través del acto más tabú. Quien no pasa la prueba, es ejecutado e incinerado.

Lo innovador y aterrador de este fenómeno es que este poder no emana únicamente del Estado, aunque a veces colabore o tolere. Son corporaciones criminales las que han incorporado el modelo del campo de concentración, aquel que el siglo XX creyó patrimonio de los totalitarismos estatales. Han comprendido que para crear máquinas de matar implacables es necesario un dispositivo de adiestramiento que produzca lo que Judith Butler llamaría “vidas precarias” al extremo: vidas que no solo pueden ser exterminadas impunemente, sino que son entrenadas para exterminar sin piedad. Es la obediencia absoluta del soldado, pero despojada de cualquier narrativa de honor o patria, reducida a la servidumbre más abyecta.

El reciente triple femicidio en Florencio Varela, donde Brenda del Castillo (20), Morena Verdi (20) y Lara Gutiérrez (15) fueron engañadas, torturadas y asesinadas por una organización criminal, lo confirma. No se trató de un crimen impulsivo, sino de una crueldad planificada: mutilaciones, transmisión en vivo por redes sociales, entierro clandestino. Un mensaje mafioso que muestra cómo la violencia se transforma en espectáculo y herramienta de disciplinamiento social.

Y la pregunta persiste: ¿hasta qué punto como sociedad toleramos que la crueldad siga enseñándose y perfeccionándose?

Desde la perspectiva del Estado, el desafío es monumental. Ya no se trata solo de perseguir delincuentes, sino de enfrentar una maquinaria cuyo producto principal es el perpetrador deshumanizado.
Nuestro tiempo tiene la tarea de pensar esta herida, de nombrar este horror, no para domesticarlo con palabras, sino para no permitir que su lógica silenciosa termine por devorar lo último que nos queda: la capacidad de conmovernos ante el sufrimiento ajeno.

Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, dijo que la crueldad no es innata, sino aprendida, tal vez con la esperanza de que se pueda desaprender. Pero seguramente nunca imaginó que todo ese horror del campo de concentración iba ser usado para crear despiadados asesinos del crimen organizado.

Referencias Bibliográficas:
Butler, J. (2006). Vida precaria: El poder del duelo y la violencia. Paidós.
Del Do, A. (2025, 25 de abril). De Auschwitz a Jalisco. Contra Editorial. https://contraeditorial.com/de-auschwitz-a-jalisco/
Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión (A. Garzón del Camino, Trad.). Siglo XXI Editores.
Freud, S. (1979). El malestar en la cultura. Amorrortu Editores.
Segato, R. L. (2018). Pedagogía de la crueldad. Prometeo Libros.