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El último clavo en el ataúd de la ciencia

La comunidad científica se encontró el sábado con la noticia de la disolución del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MinCyT). Al crearse este ministerio, en diciembre de 2007, el objetivo fue “incorporar la ciencia y la tecnología al servicio del desarrollo económico y social del país”. La historia de la relación del gobierno actual con las ramas de producción de conocimiento (Ciencia y Universidad) ha sido, desde diciembre de 2015, radicalmente opuesta a la que se profesa desde el MinCyT.
Desde el lado presupuestario, la situación es cada vez más crítica: las UUNN se encuentran desfinanciadas, con casos gravísimos como docentes a quienes les adeudan su sueldo desde hace meses. La oferta del gobierno nacional a les docentes universitaries implica una pérdida de salario real del 15%. El presupuesto destinado a Ciencia y Tecnología cayó drásticamente; el CONICET se encuentra desfinanciado y cientos de científicos y científicas ven sus líneas de investigación cortadas y deben emigrar, configurándose una nueva “fuga de cerebros”.
La necesidad de la producción del conocimiento para un proyecto de país desarrollado y libre queda fuera de todo tipo de discusión. Citando a Bernardo Houssay: “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”. La creación de Universidades Nacionales permite a miles de ciudadanes argentines formarse con pensamiento crítico y acceder a empleos calificados, mejorando no sólo la condición personal sino además la de todo el país. La producción científica, por otra parte, ha sido la generadora de productos de alta calidad técnica, como ARSAT. Al despreciar la inversión en Ciencia, por ejemplo en el sector industrial para el INTI o el agropecuario el INTA, en paralelo también se pierde la interacción de los científicos con el sector público productivo. El Estado debe tener un rol fundamental en esta articulación, que se dejó por completo de lado: los desarrollos tecnológicos satelitales, de energía nuclear y de producción de medicamentos por citar algunos, repercute fuertemente en la industrialización del país.
Pero además de estos ataques presupuestarios, se produjo una serie de ataques político-simbólicos que no dieron tregua desde el macrismo. Ya en octubre de 2014, Mauricio Macri declaraba sobre ARSAT: “hay mucho despilfarro en el gobierno nacional, se generan empresas satelitales que no funcionan» y sobre las Universidades Nacionales se sorprendía: “¡¿Qué es esto de Universidades por todos lados?!”. También opinó sobre las Universidades Nacionales María Eugenia Vidal en mayo de este año, con una palmaria mentira: “Nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”. Echadas por tierra quedan las declaraciones en campaña que prometían subir el presupuesto en Ciencia y Tecnología.
En suma, desde el comienzo de esta gestión (e incluso antes) el gobierno viene atacando a la ciencia y a la universidad, que resiste y debe seguir haciéndolo en conjunto, entendiendo que el ataque es al “pensamiento crítico” general. Particularmente, el macrismo viene construyendo el ataúd de la ciencia desde hace ya tres años. De confirmarse, la disolución del MinCyT sería ni más ni menos que el último clavo en ese ataúd. Pero el desafío para el corto plazo es volver a poner de pie al sistema científico y universitario que este gobierno destruyó.