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Vanesa Lamami en “Normativa Laboral, Dictadura y Resistencia; desde 1976 a nuestros días”

Vanesa Lamami (Abogada y Docente UBA UNPAZ) profundiza el recorrido de los derechos laborales desarrollado a lo largo de este curso, incorporando una perspectiva de género para abordar la conjunción “Mujeres y Trabajo”.

Se suele situar a la Revolución Francesa y al surgimiento del Estado moderno, con su consecuente división de poderes, como un punto de inflexión en la relación de las mujeres con el derecho. A partir de la idea de un contrato social y la emergencia  de nuevas formas políticas se inaugura un cambio de paradigma, pero también se establece una falsa universalización de aquellos pilares en los que se basa el Estado moderno. Es decir, a partir de las transformaciones acontecidas con la consolidación del Estado moderno se introduce una estrategia de universalización del término “los hombres” pese a no incluir a todos y a todas.

Olympe de Gouges redacta la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” para denunciar que la estructura de este Estado moderno, y su normativa, no incluyen a las mujeres  en su proyecto de igualdad y libertad.

La estrategia de universalización del hombre se apoya en argumentos biologicistas y le asigna a las mujeres roles asociados a la maternidad. Esta condición natural se traslada al plano de lo normativo que así designa cualidades específicas para cada género. Estas propiedades  tienen un carácter exclusivo y excluyente, y arrojan estereotipos tales como que las mujeres son emocionales y por lo tanto no son racionales. Nos encontramos con pares de conceptos asignados a hombres y mujeres, que además de ser excluyentes entre sí, están jerarquizados y sexualizados. En estas dicotomías, las características asociadas a lo femenino son infravaloradas, lo que a su vez construye un ideal masculino del sujeto autorizado a participar de la vida pública.

La desigualdad quedó enquistada en nuestro sistema normativo al punto que las mujeres han sido calificadas como incapaces en los primeros códigos civiles, imposibilitándoseles  ejercer el comercio y administrar su propio patrimonio. De este modo, la participación femenina en el mundo del trabajo quedaba reducida a un mercado informal, hecho que fue determinante para la inclusión laboral que se dio posteriormente. Si observamos los datos estadísticos que muestran la situación respecto a las mujeres y el trabajo, es notable el impacto de los estereotipos de género a lo largo del tiempo.

La tasa de actividad laboral de las mujeres argentinas es, como en todo el mundo, inferior a la de los varones y además existe una mayor incidencia del desempleo, lo cual se relaciona con la ausencia de herramientas para conciliar la maternidad con el empleo.  Además, las condiciones laborales son desiguales en tanto la población femenina accede al empleo en condiciones de menor estabilidad y mayor precariedad que la masculina. La discriminación salarial sigue presente a partir de una  jerarquización de las tareas realizadas por mujeres. Esta brecha salarial está asociada a una segregación ocupacional horizontal, que ubica a las mujeres en labores con menor prestigio social y remuneración económica. Es decir, la presencia de mujeres dentro de las ramas económicas reproduce la división sexual del trabajo, mostrando tres actividades claramente feminizadas: el trabajo en casas particulares, la enseñanza y los servicios sociales y de salud.

El otro fenómeno a considerar se trata de la segregación ocupacional vertical, o “techo de cristal”, que implica mayores impedimentos del acceso de las mujeres a los puestos laborales de mayor responsabilidad y toma de decisiones, pese a contar con un mayor nivel de formación.

Los estudios también muestran un desigual uso del tiempo, en tanto son las mujeres quienes dedican más horas a las tareas de cuidado. De esta forma se evidencia la persistencia de la estereotipación de los roles de género que le habilita a los hombres una dedicación más intensa al trabajo remunerado.

La feminización de la pobreza es otras de las situaciones que ocurren a nivel mundial y es el resultado de una mayor precarización laboral para las mujeres que impacta en menores ingresos por salarios y pensiones.

Estas cuestiones pueden ser analizadas como consecuencia de una discriminación estructural ejercida desde los inicios del Estado moderno y a lo largo de la historia de la humanidad.

“Hoy contamos con una posibilidad histórica de cambiar esta realidad ya que contamos con un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad que se dedica específicamente a pensar la política en clave de género” concluyó Vanesa.

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