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Las ventanas del campo

Nuestros compañeros José Paruelo, Martín Aguiar y Roberto Benech Arnold de la Facultad de Agronomia de la UBA reivindican en esta nota el rol de la militancia en el sector agropecuario, señalada recientemente en el diario La Nación como «un virus inoculado por el populismo». Los docentes e investigadores, integrantes del Grupo de Estudio y Trabajo en Políticas Agropecuarias (GET-PA) entienden a la militancia como una verdadera fuerza motora para la transformación de la realidad, articulando universidades, institutos de investigación, entes de gobierno, organizaciones de productores y demás actores del sector.

 

En un reciente artículo publicado en La Nación, titulado La ideología que acosa al campo, Ernesto Viglizzo presenta una serie de temas. Habla de campopopulismooligarquía terratenientemilitantes. Estos y otros conceptos complejos son presentados de una manera, a nuestro juicio, maniquea y simplista. Cada uno de esos temas ha merecido y merece un análisis y discusión profunda en base a evidencias empíricas y modelos conceptuales que reflejan (¡no podría ser de otra manera!) diferentes perspectivas ideológicas. Más allá de la discusión académica, aquellos conceptos específicamente vinculados al sector agropecuario (por ejemplo, campo oligarquía terrateniente) han sido tratados en un excelente (y polémico) libro de Pedro Peretti y Mempo Giardinelli La Argentina Agropecuaria. No profundizaremos aquí en estos asuntos.

Vamos al núcleo del artículo. Viglizzo realiza una afirmación muy fuerte: “El populismo inoculó un virus de lenta penetración ideológica que silenciosamente anidó en el gobierno nacional y las provincias, el INTA, las universidades públicas, el Conicet y programas nacionales”. El énfasis está puesto en “focos activos de resistencia» ideológica al sector. Dos botones bastan de muestra: la agricultura familiar y la agroecología. Dos áreas que según Viglizzo están dominadas entre otros por “planeros, curiosos y omnipresentes militantes, dentro de un llamativo viraje de lo rural hacia lo urbano”.

Obviamente los temas vinculados a la Agricultura Familiar y a la Agroecología, o más genéricamente, a las dimensiones sociales y ambientales de la producción agropecuaria, nos han preocupado en tanto ciudadanos e investigadores y docentes en ciencias agrarias y ambientales. Esta no es una preocupación individual sino también de los organismos de ciencia y técnica (INTA, CONICET, Universidades) lo que se refleja, desde hace años, en programas específicos de investigación.

Al abordar estas cuestiones desde una formación de biólogos aplicados resulta evidente que el sistema a analizar necesita complejizarse. Los marcos conceptuales que manejábamos nos quedaron chicos. No alcanza con pensar el problema de la deforestación del Chaco o de la agriculturización del oeste bonaerense en el ámbito del ecosistema y de volúmenes de producción de commodities. El marco conceptual tecnológico de producción agronómica dejó afuera dos ideas fundamentales de la biología, la evolución y la imposibilidad de lograr un sistema agropecuario que no sea invadido constantemente por un sinnúmero de especies (tan especializadas como nuestros cultivos).

No se trata de un proceso de penetración ideológica. Se trata de volver a pensar a las ciencias agropecuarias desde perspectivas más amplias, con la ayuda de nuevas disciplinas que se hicieron cargo de levantar lo que la agronomía excluyó de su portfolio científico. En esta nueva fase de pensar cómo usamos nuestros ecosistemas (la biota, el suelo, el clima) necesitamos dar cuenta de los efectos de nuestras intervenciones y de cómo nos afectan.

Nos hallamos inextricablemente unidos a esos ecosistemas. Por ello, las ciencias ambientales y agropecuarias empezaron a mirar la conexión entre la intensificación productiva que impulsaban algunos actores del sector agropecuario y los efectos que sus acciones tenían sobre otros actores rurales y urbanos. Más aún, en la actualidad no hay dudas de que estas conexiones trascienden lo local. Las transformaciones en el uso de la tierra que promueven quienes tienen acceso ella y a recursos financieros, tienen consecuencias globales. Por todo esto, la literatura científica internacional incorporó nuevos conceptos para entender y operar en estas nuevas condiciones.

Por ejemplo, pasamos del concepto de ecosistema a la idea de socio-ecosistema, en donde el componente biológico y físico interactúa con los aspectos humanos (sociales, económicos, institucionales, culturales, etc.). Al mismo tiempo, nace y se instala en la agenda de investigación, pero también en convenios internacionales y en políticas nacionales, la idea de Servicios Ecosistémicos. Esta idea busca dar cuenta de aquellos aspectos de la naturaleza que contribuyen al bienestar de los humanos. Y cuando nos metemos en el bienestar, las dimensiones sociales, ideológicas y políticas pasan a ser centrales en la discusión.

Esta complejidad, y la necesidad de abordarla, fueron reconocidas por los principales países productores de bienes agropecuarios (Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda). Más recientemente, las Naciones Unidas promovieron la creación de un Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES.net) para tratar, entre otras cosas, los conflictos socioecológicos derivados de los cambios en el uso de la tierra, la deforestación y la expansión de la agricultura industrial. En este contexto, la Agroecología aparece como el paraguas en donde se cobijan prácticas de manejo y tecnologías que apuntan a minimizar los efectos negativos de la intensificación agropecuaria. Prácticas viejas y nuevas que dan cuenta de los procesos evolutivos y de la presencia de una comunidad de especies asociadas a cada cultivo.

Lo que la metáfora de Viglizzo asocia a un virus (con sus obvias connotaciones negativas) es un objetivo socio-ambiental y productivo global con un respaldo científico de muchos años de trabajo básico y aplicado. Investigaciones en las que el mismo Viglizzo participó. Por supuesto, ese objetivo (el “virus”) tiene una presencia creciente en la agenda de investigación, en las discusiones en foros académicos y en los currículos con los que se forman a los nuevos profesionales en ciencias agrarias y ambientales de los países centrales y en muchas de nuestras Universidades Nacionales y el INTA.

¿Quienes impulsan estas discusiones en el ámbito político? ¡Obviamente los/las militantes! Personas comprometidas con una verdad que las trasciende. Sin estas personas las discusiones de los paneles de expertos del IPBES serían meros ejercicios intelectuales. Los militantes son una pieza clave en procesos de transformación ya que bajan las ideas al terreno, para discutirlas con los actores del territorio y para idear los caminos para materializarlas. El militante actúa por convicción y guiado por una serie de valores a los cuales adhiere. En este punto es donde la ideología, el marco general en donde esos valores se integran, juega un papel central. La formación del militante es clave y define su capacidad de actuar. Más aún la calidad del militante está atada a su capacidad de leer la realidad, de aprender y revisar los supuestos en los que se basa su acción. Este proceso adaptativo de acción-evaluación-aprendizaje-acción es la vacuna contra todo tipo de dogmatismo. Algunas de las herramientas y saberes con los que actúa la/el militante se incorporan a través de la formación universitaria formal y muchas otras a través de la praxis. ¿Quién más puede generar transformaciones en la arena política? El mercenario. Este actúa motivado no por valores sino por intereses. Siempre es importante identificar con claridad a unos y a otros.

A diferencia de Viglizzo nosotros podemos ponerle cara y nombre a las/los militantes que están detrás de algunas de las iniciativas vinculadas a la Agricultura Familiar o a la Agroecología. Por poner un caso, aquellos jóvenes que están detrás de la reciente creación del programa provincial de “Promoción de la Agroecología” en la provincia de Buenos Aires (EX-2020-11791120- GDEBA-DSTAMDAGP). Se trata de personas que se sentaron en nuestras clases, se destacaron como estudiantes, discutieron con sus docentes y compañeros/as, nos desafiaron e hicieron pensar, incorporaron críticamente el saber académico.

En muchos casos sembraron una semilla de inquietud que dio lugar a proyectos de investigación. Hoy esas personas traducen lo aprendido en su carrera en políticas públicas, y lo hacen de una manera no dogmática y abierta. El Programa que generaron (de ninguna manera excluyente de la agronomía convencional) crea un ámbito inclusivo de discusión en donde todos los actores (organizaciones de productores, gobierno provincial y nacional, sectores académicos, educativos, etc,) están representados y participan en las definiciones y políticas agroecológicas. Un ámbito en donde desde una perspectiva científica, es decir con argumentos y evidencias empíricas, las convicciones y los intereses sectoriales interactúan para transformar la realidad. Por todo esto, a diferencia de Viglizzo, valoramos el compromiso y la acción de estas/os militantes. Y estamos orgullosos de ellos.

 

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/las-ventanas-del-campo/