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Día Internacional de los Derechos Humanos por Adelqui Del Do

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El 10 de diciembre se conmemora la adopción de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada en 1948 tras el horror de la Segunda Guerra Mundial. Desde 1950, la fecha recuerda al mundo que la dignidad, la libertad y la igualdad no son bienes garantizados, sino conquistas que deben defenderse diariamente. Cada año, organizaciones sociales y organismos internacionales realizan campañas y actividades para reafirmar su vigencia. Pero también para advertir, una y otra vez, que allí donde los derechos humanos retroceden, avanza la crueldad estatal y social.

Los derechos humanos como hijos de la modernidad

Pensamos los derechos humanos como el conjunto de libertades y garantías indispensables para el desarrollo de una vida digna, sin distinción de raza, género, clase, ideología, origen o condición. Su potencia reside en su carácter universal, inalienable, indivisible e interdependiente, y en su capacidad para crear un lazo entre la persona y la comunidad: sujetos que se reconocen en otros sujetos.

El concepto moderno de derechos humanos, aunque con antecedentes diversos, se consolida en la modernidad occidental. Las revoluciones estadounidense (1776) y francesa (1789) inauguraron un paradigma donde la soberanía dejaba de residir en los monarcas para anclarse en el pueblo; donde cada persona adquiría derechos por su sola condición de ser humano. Como señala José Pablo Feinmann, los derechos humanos no son una idea abstracta, sino una construcción histórica surgida de luchas concretas, conquistas populares y resistencias frente a la opresión.

La Declaración Universal de 1948, aun con sus limitaciones, un marcado sesgo occidental y la ausencia de derechos colectivos, económicos y sociales, significó un avance decisivo: prohibió la tortura, afirmó la dignidad humana como principio rector y creó el sistema internacional de protección. En Argentina, su recepción estuvo siempre atravesada por las tensiones políticas de cada época.

La experiencia argentina: memoria, verdad, justicia

En nuestro país, los derechos humanos adquirieron un sentido singular. Frente al terrorismo de Estado de la última dictadura cívico-militar, las Madres, Abuelas, familiares, sobrevivientes, profesionales y militantes construyeron un movimiento único en el mundo. Su lucha no sólo impulsó la recuperación democrática, sino que aportó elementos teóricos, éticos y clínicos fundamentales para pensar la relación entre trauma, memoria y justicia.

Los organismos de derechos humanos transformaron el dolor en acción colectiva, y su trabajo fue central en los juicios, en la recuperación de sitios de memoria, en la búsqueda de identidad y en la construcción de una ética pública basada en la dignidad humana.

Pero la transición democrática no agotó los desafíos. La violencia institucional sigue siendo una de las deudas más profundas del Estado argentino. No es una práctica aislada: expresa desigualdades estructurales, discriminaciones históricas y un modelo que, muchas veces, sigue criminalizando la pobreza, el sufrimiento subjetivo y la juventud.

La erradicación de la violencia estatal es un termómetro de la calidad de la democracia. Allí donde el Estado vulnera derechos, la democracia se debilita.

Derechos humanos hoy: un campo en disputa

El presente nos enfrenta a un escenario preocupante. El gobierno de Javier Milei ha atacado abiertamente la política pública de derechos humanos: desmanteló la Secretaría de Derechos Humanos, niega los 30.000 detenidos-desaparecidos y promueve discursos que justifican la violencia estatal y la crueldad social. No se trata solo de una disputa ideológica: es un retroceso concreto que pone en riesgo décadas de conquistas y consensos básicos construidos por la sociedad argentina.

Frente a este avance del negacionismo, defender los derechos humanos no es nostalgia ni romanticismo. Es una necesidad histórica, democrática y ética. También es una tarea urgente para el campo de la salud mental: porque allí donde se suspenden derechos, se profundiza el sufrimiento y se destruyen los lazos sociales.

Decir, cuidar, resistir

El Día de los Derechos Humanos no es una celebración inocente. Es un llamado a la responsabilidad colectiva. A recordar que los derechos nunca son un punto de llegada, sino un proceso en construcción. A sostener la memoria frente a la negación. A acompañar a quienes pelean contra la violencia estatal y la desigualdad. A defender las políticas públicas que garantizan dignidad.

Los derechos humanos no son un tema del pasado. Son el umbral ético mínimo de cualquier sociedad que aspire a llamarse democrática. Y su defensa, hoy más que nunca, sigue siendo una tarea urgente.